La estación
A diferencia del resto de las estaciones de la línea San Martín, que cumplen en detalle con la postal típicamente asociada al mundo ferroviario-suburbano (más marginal en algunos casos, más pretenciosa en otros), la estación de Santos Lugares surge como una aparición silenciosa, ubicada entre los límites que le imponen por un lado Sáenz Peña y por el otro Caseros.En sus andenes no hay nunca más de dos o tres personas esperando el tren. Son habitúes, sin embargo, unos perros vagabundos que reciben los mimos y la comida de unas de viejas que charlan y toman mate en unos bancos de madera bien grandes que se agenciaron como lugar de merienda.La estación no tiene kiosco ni choripanería y aunque en los últimos meses la retocaron un poco sigue manteniendo un aspecto como salido de una peli de misterio.
Los Eucalyptus
Enfrente de la estación propiamente dicha, donde venden los boletos, se extiende un terreno gigante que la empresa de trenes usa para guardar unos vagones de carga viejos. El poco aprovechamiento del predio se explica por el hecho de que sus verdaderos dueños y habitantes son un abultado grupo de eucalyptus que, celosos de cualquier otra presencia, solo se dignan a compartir su jardín con locomotoras oxidadas y pedazos de vía.Este grupo de árboles tiene alrededor de sus troncos pastos y hierbas de un verde irreal que no dejan de fascinarme cada vez que bajo del tren y camino hacia el puente que me llevará, desde el lado del reino de los eucalyptus al de los perros y su club de benefactoras.
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